Atendiendo al diccionario de la RAE, la resiliencia es la capacidad de
adaptación de un ser vivo frente a un agente perturbador o un estado o
situación adversos. Trasladada al ámbito educativo, dónde está tan de
actualidad en parte debido a la pandemia que acabamos de pasar. Se entiende
por resiliencia la capacidad del alumno/a de superar las dificultades y retos
que conlleva obtener buenos resultados y aprendizajes en un hogar, contexto,
situación, circunstancia: social, económica… poco favorable.
La cuestión clave
es averiguar qué contexto personal, familiar y de los centros educativos
favorecen la capacidad de resiliencia de los estudiantes, ya que es
fundamental para tratar de ayudar a los menos resilientes.
La promoción de
características resilientes en etapas como la niñez y la adolescencia es
fundamental para el futuro desarrollo saludable de la persona. Y la escuela,
como ámbito de socialización de conductas y adquisición de nuevos pensamientos
y creencias y en tanto que facilitadora de la expresión de sentimientos y
emociones, no puede ser ajena a este desafío.
La escuela cuenta con una
estructura donde adultos, niños y jóvenes se relacionan, y es allí donde se
transmiten valores y modelos significativos extrapolables a las relaciones
interpersonales y sociales en general.
En las escuelas tendremos que diseñar
programas en los que el «yo puedo», «yo estoy», «yo tengo» y «yo soy» serán
los cimientos para construir y promocionar la resiliencia en toda la comunidad
educativa: niños, maestros y familias.
Se han de favorecer climas emocionales
positivos y optimistas en los que el alumno/a se sienta seguro y responsable,
sin estar ello reñido con la debida exigencia. Esta escuela resiliente
proactiva ha de contar con docentes que sepan acompañar el proceso de
evolución personal de sus alumn@s y que acepten y sepan gestionar la
diversidad y la complejidad de las relaciones entre los distintos colectivos
(profesores, alumnos o familias).
A continuación, enumeró algunos factores que
creo que debemos fomentar en el proceso de construcción de la resiliencia en
el aula. Aunque se puede utilizar la hora destinada a la tutoría o de Religión
o Valores para realizar actividades para mejorar la resiliencia, cualquier
oportunidad es válida para impulsar este proceso y esto se puede dar en
cualquier asignatura.
Y como ya he comentado anteriormente, el beneficio será
general, independientemente de que el alumno/a se encuentre ante una
adversidad o no.
• Siempre positivos. una educación orientada a mejorar la
resiliencia tendría que optimizar las fortalezas y virtudes del discente que
le permitan adoptar una actitud positiva. Independientemente de los
condicionamientos genéticos, se puede aprender a ser más optimista e
interpretar las dificultades como retos. De lo contrario, las creencias
negativas pueden condicionar el aprendizaje adecuado.
• En la clase se ha de
respirar seguridad. El docente ha de generar en el aula un clima emocional
positivo y seguro que permita al alumn@ sentirse respetado, apoyado y querido.
Además, los alumnos/as no han de ser meros elementos pasivos del aprendizaje,
sino que han de ser protagonistas del mismo y han de participar en las
decisiones que se tomen en el aula.
• Las relaciones siempre sanas. Hemos de
fomentar las relaciones entre compañeros/as en las que predominen la
comunicación, el respeto, la empatía y la cooperación, en detrimento de la
competición. Cuando se da importancia a estos aspectos socioemocionales, que
por otra parte son imprescindibles en la formación del ciudadan@ del mañana, y
se fomenta el trabajo colaborativo, es más sencillo resolver los conflictos
que puedan surgir y se facilita aprendizaje.
• El cambio es posible. Como la
vida constituye un proceso de transformación continuo, en el aula hemos de
aceptar y suscitar un pensamiento crítico y creativo que permita visualizar
nuevas posibilidades. Las ideas novedosas y diferentes facilitan el progreso y
abren un mundo lleno de esperanza.
• Todos nos equivocamos. Cuando se asume
con naturalidad que el error forma parte del proceso de enseñanza-aprendizaje,
aprendemos a tomar decisiones con determinación. Se disfruta el proceso y no
nos afecta negativamente el no obtener un determinado resultado porque sabemos
que el análisis de la situación nos permitirá mejorar.
• Fomentemos la
autonomía. El alumno/a ha de aprender a ser autónomo y saber distanciarse de
opiniones negativas que le puedan perjudicar. Para ello es imprescindible su
mejora en la autorregulación emocional y, en concreto, es muy importante la
técnica del autorrebatimiento que permite, mediante el diálogo interno,
analizar y relativizar el sentimiento provocado por una emoción negativa. Ya
que la mejora del autocontrol ayuda en la lucha contra el tan temido estrés
crónico.
• ¡Sonríe, por favor! Cuando somos capaces de relativizar las
situaciones con sentido del humor, mejora nuestro bienestar. Aunque es difícil
demostrar que el humor tiene beneficios terapéuticos, sí podemos afirmar que
mejora la resiliencia de las personas y ayuda a disfrutar más de la vida. El
docente que entra en el aula con una sonrisa natural tendrá más posibilidades
de generar un clima emocional positivo y facilitar así el aprendizaje.
Se
trataría de fomentar la inclusión de alumn@s en grupos o comisiones, recoger
sus sugerencias de mejora, fomentar la puesta en marcha de programas entre
pares o bien poner en marcha estrategias de enseñanza participativa. Son
acciones que podrían concretarse en proyectos de mediación escolar, de
capacitación en liderazgo, revistas para la escuela, etc.
La resiliencia se
trata de un aprendizaje que puede darse durante toda la vida y, más allá de
las particularidades de cada uno, todos podemos aprender a ser resilientes. Y
de la misma forma, todos los alumnos/as, independientemente de que estén
inmersos en problemas o no, pueden beneficiarse de los programas educativos
que promuevan la resiliencia, capacidad imprescindible no sólo para el
desarrollo exitoso del alumno sino también del docente.
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